Como pobre acercamiento a tan desconocido continente, el mundo occidental creó los “safari park”. Algo así como pasar un día en los multicines, pero con animales en lugar de Vin Diesel (que si me apuras…). Se supone que podremos, como en África, pasear entre animales. Compartir tierra. Acariciar al hipopótamo, admirar el porte de la jirafa o pasarle la mano por el lomo al león (si lo que pretendes, además de “conectar con África”, es morir). La verdad es que todo es un gran embuste. Como el primer recorrido que hace Sam Neil con los niños en “Parque Jurásico”, ahí hay un único recorrido, y no es vital, precisamente. Todo está envasado al vacío y tu libertad se reduce a elegir la mochila con forma de cebra o la de tigre en la tienda de regalos. Si quieres mirar directamente a los ojos de una familia de gorilas de llanura (subespecie del gorila occidental) sin un “¡Pepe, sube la ventanilla!” proveniente del interior de un jeep acorazado, tienes que venir a la reserva natural Dzanga Sangha.
(Foto: www.assets.panda.org)
Ésta explosión natural de selvas, ríos y sabanas se encuentra en pleno meollo de la selva tropical africana, donde aún no hay vasos de Starbucks por el suelo. Dzanga Sangha forma parte de un área protegida entre la República Centroafricana, Camerún y la República del Congo, aún no mancillada por el asfalto y la tecnología. Aquí puedes internarte en la selva para observar a los animales en su hábitat natural; probar los platos típicos de los pigmeos, “los hombres de los bosques” que viven aquí desde hace cientos de años”; o montar en canoa para llegar a los árboles de palma de los que extraer vino de palma (esto es un “Me gusta” en Facebook indiscutible).
It´s the real thing, que dirían los del refresco de cola. Claro que esto no es atarse las botas, plantarse en mitad de la selva y toparse con los gorilas desayunando, no. Para encontrarlos, es necesaria la guía de los pigmeos rastreadores, especializados en seguir a familias de gorilas desde las 5 de la mañana hasta las 7 de la tarde, momento en el que apañan unas camas con unas cuantas hojas y “hasta mañana si Dios quiere”. También hay que tener en cuenta que se van a correr algunos riesgos (cuidadito con acercarse demasiado para sacar la foto, los gorilas no forman parte de la cultura de la imagen en la que estamos inmersos). Hay más: Búfalos, elefantes (se dice que hay más de 3.000), bongos (divertido cruce entre una cabra montesa y una cebra –Dios, conocido es por todos, es un cachondo-)… de todo hay en la viña de la reserva natural.
(Foto: www.fotonatura.org)
Se duerme en cabañas desde las que percibir notas, latidos y vidas de las que no tenías noticias. Se aprende a vivir entre flores y plantas de las que se saca alimento, medicina y refugio. Se descubre otra vida de la que puede que no quieras volver.
Pero no todo es flower power, la mal llamada “vida moderna” está llegando a la reserva, obligando a los pigmeos a cambiar sus hábitos y adaptarse a una sedentarización forzosa. Además, la tala de árboles está cargándose a “Jengi”, el bosque, el Dios creador para los pigmeos. Aún estás a tiempo.
Se recomienda viajar entre noviembre y abril, cuando el clima es tropical y más luce el sol en todo lo alto. De mayo a octubre tendrás lluvias a mansalva. Como belleza, pureza. Vida. Algo que estamos sofisticando tanto en nuestro continente que empieza a quedarnos lejos su esencia. Esa permanece bien protegida en Dzanga Sangha. Entre gorilas. ¿Te animas a bailar con ellos?
Si te hace tilín la cosa y quieres indagar un poco más, te recomiendo el libro “Inside the Dzanga Sangha Rain Forest” de Francesca Lyman que puedes conseguir por 9 dólares en la imprescindible Book Depository.
Para los no iniciados en la historia de la República Centroafricana, he aquí un rápido un “previously on” con el que rematar el post:
Antes de que llegara el hombre blanco con su sangrante comercio de esclavos en el s. XVII (Georg Schweinfurth fue el primer europeo en poner el pie en los estados zande, 1870) reinaron aquí imperios como el mencionado zande o el senoussi; y algunos restos arqueológicos apuntan a la existencia de civilizaciones anteriores a la egipcia.
Los pigmeos han habitado estas tierras desde hace cientos de años. Y mejor le habría ido al corazón de África si nadie más se hubiera acercado por aquí: los imperios árabes de Chad y Sudán trajeron la esclavitud, que se generalizó en el siglo XVII cuando las expediciones de blancos azotaron la región buscando mano de obra barata y arramplando con sus recursos naturales. Una de estas expediciones fundó en 1889 la capital, Bangui.
Tras la I Guerra Mundial, Francia consolidó su dominio de la zona, sofocando varias revueltas por parte de los nativos. Tras la II Guerra Mundial, se produce la independencia de Oubnagui-Chari (1957) y la irrupción de los primeros líderes locales como Barthelemy Boganda y David Dacko, que fundarían la República Centroafricana y conseguirían su independencia en 1960.
Aprovechando las tensiones internas, el coronel Jean Bedel Bokassa da un golpe de Estado y llega al poder. El recital de atrocidades que comete el señor le gana comparaciones con otros cracks de la bestialidad humana como Idi Amin, el dictador de Uganda. Sucesivos golpes de estado pusieron en el poder a Dacko, Koligba, etc. Una nueva Constitución se aprobó en 2003, con François Bozizé como presidente del país.
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